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3 feb 2013

CUMPLEAÑOS FELIZ

Cumpleaños feliz
La ministra de Sanidad, Ana Mato.| Afp

La ministra de Sanidad, Ana Mato.| Afp
De Ana Mato contaba hace años Montano que era la autora de la frase más pija de la historia de España. Le preguntaron cuál era su momento preferido del día y contestó: "Por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños". Es una frase tan pija que hay que respetarla. Umbral decía que un día charlando con Adolfo Suárez empezó a bajar las escaleras su niño, Suárez Illana, vestido de una manera tan asombrosamente pija que el padre se puso lívido y lo mandó subir a cambiarse.

Los pijos fueron un fenómeno sociológico mal visto y sin embargo, en esa burguesía suya tan discreta y a ratos demodé, han ido haciendo país con tanta eficacia como la clase media. Esos pijos antiguos de club privado, respetuosos con el servicio, que caminan en ceremonia, fueron invadidos por pijos con prisa que venían no desde la tradición sino desde la pastuqui, como Correa. El problema de España no son los Rajoys, que pueden gobernar mal que bien, pero vienen de un matriarcado y tienen un cierto código con el que conducirse por la vida, sino los pijos más pendientes de cómo les queda la ropa que cómo les queda el país.

El 'Gürtel' fue un lío que montaron cuatro pijos, uno con permanente, y al PP lo están desguazando los pijos de fuera y de dentro. Pijos no al modo de Isabel Preysler, que es una señora que está buenísima, sino como choricillos del trinque y las influencias; pijos de salita de estar que de repente un día rompen las cenefas y se compran un reloj gordo como un tumor para salir a pasearlo. "Cuando tomé un café con él me fijé en el reloj y me dije: éste está hasta el cuello", contaba un exconselleiro de Pablo Crespo.

Ese pantallazo de la estética y la imagen, la cuentita fuera y tirarnos del helicóptero con los esquís puestos como si fuésemos el puto Jason Bourne es en realidad lo que no soporta la gente.

Buena parte de la responsabilidad de lo que pasa en España no es de los pijos sino de los que quieren ser pijos, como Iñaki Urdangarín. Ser pijo, si uno no da mucho la matraca, es muy respetable. También hay gente que es del Barcelona. Pero querer ser pijo es lo peor que le puede pasar a uno en la vida. Querer ir a comer al club de golf con diecinueve hijos, una tetuda de veinte años y un Porsche Cayenne es la ambición más detestable de una vida humana; yo me bajo del Cayenne, rajo las ruedas y me pego un tiro delante de todos. Pero esto porque no soy pijo, porque si fuera pijo de una forma natural, incluso amable, disfrutaría de esos placeres como ahora, por tener una manera de ser escandalosa y vagamente vienesa, descendiente de pescadores y camareros, no los aprecio demasiado.

Yo no digo que uno deba estarse quieto dentro su clase social ni que se tengan aspiraciones en la vida, como Tejero, pero hay que salir con la clase social nueva aprendida de casa. Estos pijos del PP no saben nada. Una vez a los 'gürteles' los llamé camellos pero en realidad ya quisieran ellos tener la cuarta parte de honor de un camello de las Rias Baixas. Ana Mato no los llamó nunca ni les pidió jamás nada, pero el marido no paraba de pedir confeti por valor del presupuesto anual en ciencia. Se dedicaban al regalo, que es una cultura horrorosa porque siempre te está comprometiendo a algo y tiene además una singularidad inequívocamente pija. Creo que hice dos regalos en mi vida y a una novia que me dejó por no ser "detallista" le mandé hace tres años todos los recortes de prensa de 'Special Events' y una nota que decía: "Tú no querías un novio, tú querías un Bigotes". Lo verdaderamente pijo de Ana Mato no fue mirar cómo vestían a sus niños, sino casarse con su marido.

Rajoy de momento la ha protegido. O más bien se niega a desconectar la máquina, porque la ministra está tiesa. Dice que no ha cometido un delito.

Una de las cosas más extravagantes de España es que los políticos piensen que para dimitir tienen que cometer un delito. Dentro de poco pedirán que se les condecore por no atropellar viejos. El presidente del Gobierno ha resumido las acusaciones con un ruidoso "es falso" y se cuidó mucho de anteponer el yo al nosotros; fue su particular manera de extender el mensaje de Cospedal: cada uno con su vela y si no a sacar oposiciones como él.

Su discurso desde la habitación de al lado grabado por una cámara fue el colmo del dislate. A veces parece que en comunicación lo asesora un mono. La sala de prensa llena y él dentro de una pantallita como si estuviese en el confesionario de Gran Hermano. "Yo no miento, Mercedes. Yo me sé ganar la vida, yo ya era registrador a los 23 años y no sé qué hago metido aquí con la Yesi y el Dayron". Me llevan a mí a esa sala de prensa, cojo el mando y pongo el fútbol. Ya verían lo que tarda en aparecer.

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