EL 15-M NOS VERTEBRÓ 
FUENTE: www.cuartopoder.es / IRENE LOZANO 
A cierta derecha se le pondría el hígado verde sólo de pensarlo, pero  anoche en la Puerta del Sol se podía afirmar que España estaba  vertebrada. Y se podía decir casi literalmente si uno imagina dibujados  sobre un mapa de la Península las más de 20 rutas recorridas por gentes  de todo el país que se fueron fundiendo hasta conformar las columnas  (vertebrales) que confluyeron en Sol.
El kilómetro cero recuperó su esplendor de plaza tomada; sus fachadas  se vistieron a toda prisa con nuevas pancartas y el jamelgo de 
Carlos III volvió a relinchar su reivindicación: “
Stop New World Order”. Sin saberlo, o quizá sabiéndolo, un grupo procedente de Cataluña coreaba, al modo de 
Tarradellas: “
Ja som aquí, ja hem arribat” y luego “
Gracias, Madrid”, mientras una muchacha dejaba constancia de su hazaña: “
Empordá indignat: 780km”. 
Alex,  un ingeniero de Obras Públicas barcelonés me confesaba que le hubiera  gustado recorrer el camino a pie, pero lo había hecho en coche el día  anterior porque aún disfruta del privilegio de ser explotado, o sea,  tiene trabajo.
 
La Ruta Este, a su paso por Atocha, camino de Sol. / Ángel Díaz (Efe)
Desde el otro extremo del país, también con cientos de kilómetros a  cuestas, los caminantes procedentes de Cádiz, Sevilla y Córdoba  intervinieron en la asamblea con ánimo verbenero y cantaron una canción  compuesta 
on the road, alusiva a la protesta y a la crisis. Pusieron en pie a toda la plaza. Los valencianos lucían un cartel sobre su corrupción: “
Os hemos traído unos trajes, esperamos que os gürtel”. Un representante gallego comenzó su intervención con un “
Boas noites, povo español”.  El abanderado de Asturias estaba tan cansado que parecía dormitar  apoyado en el mástil y, cuando casi se le cerraban los ojos, despertaba  de nuevo y agitaba el azul asturiano sobre el cielo ya oscurecido de  Sol. Los vascos también trajeron una bandera, y los castellano-leoneses  la suya. Y se podría seguir  hasta el infinito enumerando la  contribución de cada vértebra a la fiesta de anoche. Cada uno trajo lo  que quiso y dijo lo que pudo: la afonía también ha hecho estragos. Un  indignado de Córdoba relató su emoción al llegar a Parquesur: “
Había más gente esperándonos de los que reunimos en nuestras asambleas“.
El ambiente resultó más parecido a un fuego de campamento que a un  acto político, probablemente porque la asamblea de ayer, calificada como  “narrativa” por los organizadores, no pretendía más que celebrar el  encuentro de los indignados de todo el país. El trabajo de discusión y 
debate político se reserva para hoy domingo y el lunes, en distintos lugares de la ciudad.  Como Pulgarcitos de regreso a casa, los indignados de todas las marchas  relataron cómo fueron recogiendo por el camino las migas de  reivindicaciones de cada pueblo, donde los recibían con una banda de  música, con besos y abrazos, o con botijos. Todos coincidieron en que el  camino había resultado duro y satisfactorio.
 
Los integrantes de la Ruta Norte, a su paso por la Castellana. / Mondelo (Efe)
Cuando uno de los miembros de la marcha nororiental aseguró que el  aprendizaje había resultado “extremo”, pensé que la caminata de estos  jóvenes ha tenido algo de 
reality político sin cámaras:  convivencia con gente desconocida, pruebas distintas a superar cada día,  búsqueda de alimento y cobijo. Con toda naturalidad han montado un 
Supervivientes  que no tiene nada que envidiar al de Telecinco, aunque no lo hayan  seguido millones de espectadores. A ninguna cadena se le ocurrió  grabarlo, pero hubieran visto, por ejemplo, cómo los de la marcha Este  (Valencia, Castellón, Alicante) contaban que lo más duro no había sido  el cansancio, las ampollas o el sueño, sino abandonar cada mañana el  pueblo que el día antes los había acogido con toda hospitalidad. Madrid  no se quedó atrás como anfitriona: la columna nororiental fue recibida  por la orquesta de Solsostenido, la misma que el 19J puso los pelos de  punta a los manifestantes de Neptuno con su interpretación del Himno a  la alegría. Ayer tocaron música Dixieland por la calle de Alcalá para  animar los últimos kilómetros del recorrido.

La asamblea se desarrolló con el orden caótico habitual del 15M. Se  hicieron videoconferencias con indignados de otros países. El intento de  conectar con Amsterdam resultó fallido, y lo mismo ocurrió con Egipto.  Cuando parecía que la vertebración internacional no iba a ser posible,  se pudo finalmente establecer comunicación con Berlín: la eficacia  alemana. Después le siguieron la capital francesa con su grito: “
Paris c’est Sol, Paris c’est Sol”  y otras más.  A las 12 en punto hubo un recuerdo para las víctimas de  Oslo y un grito mudo, como es tradicional en la medianoche de Sol.
Una cosa quedó clara: si en las últimas asambleas de la acampada  madrileña, hace algo más de un mes, se apreciaba ya un fuerte cansancio,  la llegada de las marchas consiguió galvanizar a los asistentes e  infundir nuevos ánimos al movimiento.  Anoche los indignados volvían a  sentirse mayoría. Y lo festejaban. El ambiente lúdico se vio favorecido  por el predominio de gente joven que con enorme desgaste físico  culminaba su esfuerzo. Y probablemente también por aquello que señaló 
Emma Goldman hace un siglo: “
Tu revolución no me interesa si no puedo bailar”.
LOS INDIGNADOS LE AGUANTAN EL PULSO A LA OPERACIÓN SALIDA 
No sé si el movimiento 15-M lidera una revolución u otra cosa. Los que participan de él lo llaman 
revolución y así lo corean y así lo escriben en sus carteles y en sus pancartas: 
Revolución. Lo que está claro es que, sea lo que sea, y como podría haber dicho 
Gila,
 las revoluciones de ahora no son como las de antes,  y eso que tienen muchos puntos en común con aquellas: requieren  determinados estados colectivos de ánimo respecto a la injusticia, la  moralidad y la sinrazón; exigen mucha voluntad por parte de los  revolucionarios y necesitan  soluciones claras para resolver los  problemas identificados. Además, precisan de golpes de efecto (
propaganda,  en la más laica de sus acepciones) ante la opinión pública, que es, a  fín de cuentas, quien tiene que hacer, o por lo menos tolerar, las  revoluciones.
Supongo que las estructuras del 15-M (sus  portavoces, sus asambleas de planificación y organización)  llegaron a  la conclusión de que pasar varios meses desenfocados, fuera de cámara,  podía debilitar la imagen del movimiento, y supongo también que por eso  -entre otras y, seguramente, más poderosas razones- se impusieron la  complicada tarea de reunir un 24 de julio en las calles de Madrid -sólo  unas horas después de cerrada la jornada con mayor volumen de tráfico  del año- a unos cuantos miles de personas. Muy pocos colectivos  (partidos, sindicatos y conferencias episcopales incluidas)  serían  capaces de implicar en estas fechas, en Madrid, a tanta gente, pero los  ‘indignados’, ayer, le aguantaron el pulso a la 
operación salida.

Los manifestantes, por la calle de Alcalá. / Gustavo Cuevas (Efe
Miles de personas (a ver qué dicen los alquimistas de las fotos de  los colorines y los numeritos) respondieron a la llamada y se echaron a  la calle para volver a gritar que esto se puede parecer a una  democracia, pero que no lo es; que la crisis tienen que pagarla los que  la provocaron; que los banqueros son culpables y que la política debe  estar al servicio del pueblo y no de los políticos. En este asunto se  volvió a registrar una imagen simbólica de calado. La policía sitió el  Congreso de los Diputados mientras los concentrados coreaban  
No hay café, pa’tanta lechera o 
Este edificio es del pueblo.  La presencia policial impidiendo a un colectivo pacífico el acceso no  al interior, sino a los pies de los leones, a los aledaños de la  supuesta sede de la soberanía popular,  rechina en mi cabeza y no  termina de encajar allí dentro.
La imagen ya se repitió, amplificada,  durante la manifestación del 19-J, y entonces tampoco me gustó nada.
  
En cualquier caso, parece que el multitudinario recibimiento del sábado a los 
marchadores de la indignación  llegados de todos los puntos del país y la masiva participación en la  manifestación de ayer han conseguido dos cosas: recargar pilas desde el  punto de vista interno y recordar a los de fuera otras dos cosas más:  que los problemas siguen vivos y que una determinada forma de confrontar  con ellos -la de la acción participativa, democrática y pacífica-,  sigue viva también.

Algunos indignados expresaron su protesta desnudándose ante la sede del Banco de España. / Gustavo Cuevas (Efe)
Cuando me acercaba en Metro hasta Atocha –ahora a las revoluciones se  acerca uno en Metro-, se me vinieron a la cabeza esas historias que  hemos escuchado tantas veces sobre milicianos republicanos que se iban  por la mañana a los distintos frentes de la afueras de Madrid y que, 
vencida la tarde, se volvían a casa en autobús, en tranvía, 
en bicicleta.  Tuve la impresión de que en estos tiempos que nos ha tocado vivir es  perfectamente posible que mientras en un lugar de la ciudad se está  celebrando la revolución, en el resto, en el vasto paisaje del resto de  la gran ciudad, nadie se entera de que hay una revolución celebrándose a  solo unos minutos de su portal. Y tuve esa impresión porque la línea 4  de Metro, la que me llevó desde Esperanza hasta Goya, me pareció mucho  menos revolucionaria que la línea 2; y ésta, por supuesto, mucho menos  revolucionaria que la línea 1, con parada en Atocha, donde la revolución  inundaba cada uno de los vagones y la gente rebosaba el optimismo del  que no ha pagado el billete y no le han pillado.  Esa clase de  optimismo.
Hay otro asunto que no me resisto a comentar, aunque ponga en cuestión 
algunas de las cosas que dicen 
algunos ante las cámaras de las 
manipuladoras televisiones,  que, por cierto, muchas de ellas lo son: “Todos los políticos son  iguales”. Solo unos minutos antes de que la marcha partiera de Atocha,  reparé -como diría mi mitad redicha- en una mujer con unos ojos verdes  muy intensos repartiendo panfletos a los ‘indignados’. Tuve la impresión  de que  nadie la reconocía. Yo sí la reconocí. Era 
Ángeles Maestro, diputada de Izquierda Unida durante tres legislaturas. Ella, entre otras cosas, fue protagonista de una acción de auténtica 
indignada  cuando se sacó una teta y amamantó a su hijo en plena sesión de la  Comisión de Sanidad del Congreso, reclamando, de esta manera, un espacio  para la conciliación de la vida laboral y familiar. Una adelantada a su  tiempo. “Ángeles. ¿Qué tal? ¿Cómo te va? ¿Te acuerdas de mí?”, le  pregunté. “Me acuerdo de ti”, me respondió, “pero no de tu nombre”. “Soy  
Pascual”, le dije. “Pascual,  ¿cómo te va?”, me  preguntó ella. “Estoy bien”, contesté yo. “¿Y tú qué haces aquí  repartiendo octavillas?”, le dije. “Ya ves, echando una mano. Ya sabes”,  me remató, “que lo coherente no tiene por qué ser lo corriente”. Nos  despedimos y emprendimos, cada uno por su lado, la bonita marcha hasta  Sol; la plaza, digo.
MALASAÑA NO ES WALL STREET
EXCELENTE CRÓNICA !!