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19 jul 2011

EL 18 DE JULIO DE 2036

FUENTE: www.cuartopoder.es / IRENE LOZANO

Existen dos máximas universales que no se cumplen en España. Una es la de George Santayana, filósofo americano de origen español: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. En España, esos conservadores tan partidarios del futuro, le han dado la vuelta: para que el pasado no vuelva a ocurrir, nada mejor que olvidarlo, nos dicen. El último en instarnos a hacerlo es el periódico de referencia de la derecha española, El Mundo. En su editorial, insiste en la equivalencia: todos fuimos culpables, todos nos matamos a todos. Es una forma de decir que, mal por mal, la justicia quedó hecha. Qué bello signo de puntuación, el punto final.

El segundo aforismo incumplido es la célebre frase pronunciada por Clemenceau cuando le preguntaron cómo creía él que contarían los historiadores del futuro la I Guerra Mundial. Confiado, el político y periodista francés contestó: ninguno dirá que Bélgica invadió Alemania. Craso error. Clemenceau no contaba con el negacionismo disolvente de la derecha española, que cristalizó la semana pasada en Telemadrid. Nadie se atreve a decir que Bélgica invadió Alemania, pero sí que la culpa del golpe la tuvieron los rojos, por asesinar a Calvo Sotelo, y no los militares. La de Clemenceau fue, avant la lettre, una defensa de lo real frente al intento de convertir la historia en una construcción artificial, un relato que prescinde de los hechos y se adueña de su interpretación. Lástima que no haya calado aquí.

La mala pata que tienen los negacionistas es que han transcurrido 75 años y decenas de miles de personas -paranoicas, a juicio de El Mundo- recuerdan con precisión el lugar exacto de la cuneta donde yace su abuelo. No resulta fácil olvidar. Pero tampoco para la derecha, que insiste en suministrarnos su recuerdo interesado. Así conforma un relato grotesco que viene a decir: no ocurrió nada digno de ser recordado, salvo que Bélgica invadió Alemania.

La ventaja de los historiadores, frente a los medios, es que tienen la obligación de respaldar sus afirmaciones con un documento. He llorado leyendo la última obra de Paul Preston, El Holocausto español (Debate). Es el libro de las víctimas, de todas las víctimas. No recomiendo leerlo de un tirón.

Hay que dosificar las toneladas de muerte, la sangre y la crueldad. Es necesario tomar aire entre capítulos porque la dimensión del horror escapa a la comprensión humana. Asfixia. Terminarlo resulta un alivio. Pero una vez leído, hay dos hechos innegables. Y los califico así, precisamente porque las afirmaciones de los historiadores están respaldadas con documentos.

El primer hecho es cuantitativo. Preston analiza la violencia en la retaguardia, las muertes de civiles. En zona rebelde, fueron asesinadas más de 130.199 personas. En zona republicana, 49.272. Son cifras espantosas, inconcebibles para la mente humana, pero no son equivalentes. Y se apoyan, entre otra documentación, en cientos de monografías minuciosamente confeccionadas en las últimas décadas.

                                     FOTO: ASESINATO DE CALVO SOTELO

El segundo hecho es cualitativo. La represión en la zona rebelde contra cualquier sospechoso de izquierdismo fue ejercida por las autoridades militares y eclesiásticas. Y formaba parte de un programa sistemático de odio y exterminio, propagado en los discursos de Queipo, Mola o el propio Franco, del que quedan abundantes testimonios, recogidos por Preston. No se encuentra nada parecido en los líderes republicanos, en Azaña, Prieto, Negrín, lo vuelve a recordar Preston en El País. La violencia en la zona republicana fue en gran parte espontánea, incontrolada, y llevada a cabo en gran medida por los anarquistas. Digo en gran parte, porque la barbaridad de las sacas de Paracuellos se planificó, y allí mataron a entre 2.200 y 2.500 derechistas. Desde el comienzo de la guerra -también Preston documenta estos hechos- el afán de las autoridades republicanas consistió en frenar la violencia desatada con el golpe. Lo consiguieron. En la retaguardia republicana, el 97% de las muertes se produjo entre julio y diciembre de 1936.

La represión en las zonas ocupadas por las tropas franquistas no sólo prosiguió hasta el final de la guerra, sino que, y esto es lo más escalofriante, se redobló una vez terminada ésta: aún fueron ejecutados 20.000 republicanos, otros fueron a dar en cárceles, campos de concentración, campos de trabajo, o se exiliaron. En el peor de los casos, los partidarios de la equivalencia no pueden negar que, entre 1939 y 1975 sólo mató, persiguió, encarceló y expolió un bando. Son detalles que a ciertos medios se les olvidan, como tampoco suelen recordar que el golpe de Estado se produjo contra el gobierno legítimo de España, elegido en las urnas unos meses antes.

Espero llegar viva al 18 de julio de 2036 y que, para entonces, no sea necesario insistir en que Bélgica no invadió Alemania.

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