“Una hora en la plaza da para mucho”
Me
decidía a escribir una crónica periodística con cierto tono
literario para la clase de 'Texto Periodístico' de Antonio Tinoco;
cosa que me aterraba debido a mi poca experiencia en el universo
periodístico. Aún así, me puse manos a la obra por lo que tras el
desayuno de rigor, bajamos todos los compañeros desde la Facultad
hacia el centro. Saliendo por la puerta de la Alcazaba, nos topamos
con un grupo de visitantes procedentes de Madrid acompañados por un
guía turístico. Su voz resonaba fuertemente entre los muros de la
fortificación árabe.
Antes
de llegar a la Plaza Alta, salió a nuestro paso un señor con cierto
aire extravagante que se autodenominaba “el Niño de Alicante” y
que se jactaba de ser uno de los mejores cantaores
que había dado España, muy por encima del nivel del Porrina de
Badajoz y de Camarón.
Al
entrar en la Plaza Alta, nos sorprendió el bullicio de un grupo de
chavales de un colegio de Barcarrota que visitaban la parte antigua
antes de asistir a una representación en el teatro López de Ayala.
Éstos, no tardaron en arremolinarse en torno al Niño de Alicante
que deleitó a todos con pasajes de sus más famosas coplas y
quejíos, arrancando los olés de los allí presentes. Todo se
mezclaba con el ruido de sillas y mesas que los camareros de los
bares de la zona se afanaban por colocar y apilar.
En
el otro extremo de la plaza, la aparente tranquilidad que se
respiraba la rompía un señor hablando a voz en grito por su
teléfono móvil, mientras algunas personas pareaban a sus perros y
de fondo se escuchaban bocinas, golpes de martillo y sonidos de
radial provenientes de una obra cercana.
Un
día gris en una plaza llena de vida, donde los estudiantes suben y
bajan de la Facultad de Biblioteconomía. A la vez se escuchan
sonidos de una sirena que indica la marcha atrás de un vehículo,
probablemente un camión de obra. Sonidos todos que se iban mezclando
con el crotorar de las cigüeñas que anidan en la Torre
Espantaperros, con los turistas embelesados ante la belleza de la
plaza tomando instantáneas para inmortalizar el recuerdo de su paso
por aquí.
Me
siento en la escalones que anteceden a las casas consistoriales para
tomar notas en mi cuaderno, e irrumpe en la plaza el primer grupo de
turistas acompañados por el guía turístico que les va explicando
de forma algo peculiar la historia de la plaza. Me hace gracia que se
expliquen lugares evocando edificios que ya no están allí. De
repente, aparece en escena un señor pidiendo limosna a los turistas,
que es ignorado de forma escalofriante. El pobre hombre, se me acerca
para pedirme una ayudina.
Es uno de los habituales pedigüeños de la zona que busca algunos
céntimos para conseguir su dosis diaria.
Oyendo
las palabras del guía turístico, quedo estupefacto cuando le espeta
a mi compañero Emilio: “Fuera de aquí, esto es un grupo de visita
privado”. Emilio le contesta educadamente y le dice que nosotros
estamos fuera del grupo y metidos en nuestros asuntos. La señora
le
contesta diciendo que no se refería a él si no al pedigüeño.
¿Sabrá
acaso la señora que la plaza es un lugar público y abierto a todo
el mundo? Además, si entramos a discutir, nosotros llegamos mucho
antes.
Lo
que más molesta de este tipo de actitud marimandona, son los modos
dictatoriales propios de otros tiempos pre-democráticos. Incluso se
refiere a la Fiesta
de los Palomos
que se celebra anualmente en la plaza y los famosos que acuden a la
misma. Todo acaba en una crítica hacia una tendencia sexual que
enciende a una de las visitantes que no para de soltar por su boquita
lindezas
contra
los homosexuales y los trastornos que ocasionan los eventos que éstos
realizan como la fiesta del Orgullo Gay. Quiero
suponer que todo se debe a una falta de educación.
Tras
una hora allí, abandonamos la plaza y yo me voy con la libreta llena
de apuntes para intentar plasmar todo lo he visto y oído durante una
hora en esta humilde crónica.
PEDRO WICHARD
1 comentario:
pabernos matao Pedro! Chapó! Has esbozado unas pinceladas y blos demás nos imaginamos el cuadro! bravo!
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