101 DÍAS CON RAJOY
Mariano Rajoy termina el rodaje y entra en la legislatura mucho más tocado de lo que empezó: el desgaste ha comenzado e irá a más. La oposición más peligrosa para el PP no es hoy el PSOE de Rubalcaba ni la IU de Cayo Lara ni el 15M ni los sindicatos: es la hemeroteca, las propias palabras de sus dirigentes, unos meses atrás. Nada más dañino para la imagen de Rajoy que esos vídeos donde criticaba y despreciaba las mismas políticas que hoy pretende aplicar: del abaratamiento del despido a la subida de impuestos o la amnistía fiscal. Frente a la violencia de esas imágenes, donde los líderes del PP se escandalizan ante lo que hoy es su programa real, solo caben tres explicaciones: o nos mintieron entonces o nos engañan hoy (o ambas cosas a la vez). Ninguna de las opciones deja indemne su credibilidad.
Al menos el corto plazo se acabó. Con matices, los primeros cien días de Rajoy han sido una versión a cámara rápida de la primera legislatura de Aznar: cuando pactaba con CiU y hablaba catalán en la intimidad. Ahora, sin elecciones a la vista, empieza la segunda parte, donde la mayoría absoluta se notará y ya no será necesario disimular más. Sin embargo, la autonomía del Gobierno es reducida: está atrapado entre las presiones de Bruselas y la de los propios ciudadanos, cada vez más decepcionados porque el milagro no llegó.
Durante la oposición, Rajoy prometió lo imposible: que bastaría con echar a Zapatero de La Moncloa para arreglar la situación. El presidente es esclavo de aquellos utópicos compromisos, cuyo incumplimiento hoy castigan hasta sus propios electores; eso explica por qué 430.000 andaluces que votaron el 20N al PP se quedaron en casa cuando Arenas los convocó. Nos dijeron que bastaría con “reducir el gasto superfluo” y mejorar la gestión: después subieron los impuestos. Nos contaron que era una cuestión de “confianza” y que no haría falta podar el Estado del bienestar: después recortaron todas las partidas salvo apenas Defensa (que ya suma tanto como el Ministerio de Sanidad y el de Educación juntos). Nos mintieron en la campaña electoral y repitieron el truco con las andaluzas, ocultando sus recetas más impopulares hasta después de votar. El resultado a la vista está: el desgaste por las promesas rotas es directamente proporcional a las exageradas expectativas que el propio Rajoy creó.
MADRE QUE PASEN ESTOS AÑOS CONTRI ANTES...
Al menos el corto plazo se acabó. Con matices, los primeros cien días de Rajoy han sido una versión a cámara rápida de la primera legislatura de Aznar: cuando pactaba con CiU y hablaba catalán en la intimidad. Ahora, sin elecciones a la vista, empieza la segunda parte, donde la mayoría absoluta se notará y ya no será necesario disimular más. Sin embargo, la autonomía del Gobierno es reducida: está atrapado entre las presiones de Bruselas y la de los propios ciudadanos, cada vez más decepcionados porque el milagro no llegó.
Durante la oposición, Rajoy prometió lo imposible: que bastaría con echar a Zapatero de La Moncloa para arreglar la situación. El presidente es esclavo de aquellos utópicos compromisos, cuyo incumplimiento hoy castigan hasta sus propios electores; eso explica por qué 430.000 andaluces que votaron el 20N al PP se quedaron en casa cuando Arenas los convocó. Nos dijeron que bastaría con “reducir el gasto superfluo” y mejorar la gestión: después subieron los impuestos. Nos contaron que era una cuestión de “confianza” y que no haría falta podar el Estado del bienestar: después recortaron todas las partidas salvo apenas Defensa (que ya suma tanto como el Ministerio de Sanidad y el de Educación juntos). Nos mintieron en la campaña electoral y repitieron el truco con las andaluzas, ocultando sus recetas más impopulares hasta después de votar. El resultado a la vista está: el desgaste por las promesas rotas es directamente proporcional a las exageradas expectativas que el propio Rajoy creó.
MADRE QUE PASEN ESTOS AÑOS CONTRI ANTES...
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